Todos los amigos la deseábamos, ella
era todo para nosotros: La más bella, la más inteligente... ¡La más
perfecta de la clase! Las chicas la odiaban y trataban a toda costa flagelarle
la seguridad, pero no lo lograban y eso era lo que más nos enamoraba de
ella. Eso era lo que hacía que diéramos el todo por ella, por la
chica del cabello negro y los ojos verde gato; ojos bellos y profundos en
donde siempre buscaba (sin encontrar) una pista de aquel al que le
pertenecía su corazón.
Pero sus ojos nunca contaban secretos y mis labios no le darían el arma
que me hiciera llorar. Por eso nunca supimos si se enamoró de uno de
nosotros o solo fuimos juguetes que saciaron sus antojos, desde el
más simple e inocente,
hasta el más sucio, bajo y retorcido.
II
Nos conocíamos de toda la vida, Amanda
era nuestra compañerita desde la básica (primaria) Siempre se allegaba a
nosotros, hasta que acabó por convencernos y fue entonces que nos hicimos inseparables.
Quién iba a pensar que un grupo de chicos
recibiría a una chica.
Amanda fue la única, siempre se ajustó a nuestras reglas: Orinaba de pie,
escupía, jugaba a la pelota. Éramos chicos y ella era parte de nosotros o al
menos hasta que llegó la pubertad.
Pronto surgieron bellos en lugares
lampiños y nos crecieron ciertas zonas. Las guerras de agua nunca fueron las
mismas ¡Y qué decir de los inviernos sin corpiño (sostén)! Ya teníamos catorce
y la cosa comenzó a andar mal. El grupo se quebró y nos dimos cuenta de lo
obvio: No podíamos seguir deseando los mismos ojos,
los mismos dedos inquietos... los mismos labios. Decidimos aguardar un tiempo,
hasta lograr tener un indicio del que fuera dueño del corazón de nuestra
ama(n)da
(dando por hecho que se trataba de uno de nosotros).
III
Nuestra amiga, ya no era nuestra
amiga. Ahora la relación había pasado a ser otra, ahora nuestros ojos no
miraban solo sus ojos, ahora nuestras manos extrañamente se
posaban en los lugares menos esperados de su cuerpo, ahora nuestros
deseos se podían ver a flor de piel. Amanda no lo notaba (o no quería
hacerlo), nuestras miradas ya no eran fraternas, había algo más
oculto en el iris.
Había algo más en las manos entrelazadas, pero aún así, ella parecía no
percibir nuestra cercanía y sobre protección hacia ella, y al mismo
tiempo, no era capaz de notar el cambio de actitud que adquirimos entre
nosotros: los chicos.
Los días se hacían cada vez más monótonos, ya no había juegos del papá y
la mamá, ¡Y qué decir de la escondida china! éramos grandes, ya
no sería lo mismo juntar nuestros labios con los del otro, ya no sería lo
mismo simular un matrimonio
sin involucrar un poco de sentimiento... de deseo. Todo era un completo
fiasco, hasta que de pronto algo en ella cambió. Un día como cualquiera,
estando solo ella y yo me ha pedido algo que estuve deseando por mucho tiempo. Al
principio temí: "es mi amiga, ¿Qué pasará después?" pensaba mientras
que al mismo tiempo pensamientos cruzados me hacían perder el motivo de mi
pregunta. "Era yo, podrá ser mía entonces" Ese día estábamos
solos en su casa, haciendo una tarea que nunca terminamos. Ella luego de su propuesta,
bajó un poco su blusa dejando descubierto su hombro albino, terso... perfumado.
Acarició mi "sexo" por encima del pantalón gris del colegio, mientras
yo la miraba fijo los ojos y sus dientes que mordían su labio inferior. Comencé
a sudar como un animal, mientras el miembro viril se rectaba y expedía semen
por doquier. Sin poder contenerlo, me tiré de espaldas sobre la cama y dejé que
me desnudara por completo: en calma, a la espera de lo aún no conocido...
pero deseado.
IV
Ella era nuestra amiga, ella era
Amanda… el ángel de nuestros sueños. A quien debíamos proteger a toda costa,
por quien daríamos nuestras vidas si así fuese necesario. Pero ella nunca dijo
que haría lo mismo por nosotros.
Jeffri nos lo advirtió: “ella no nos quiere amigos… a ninguno.” Nadie le dio
crédito y era obvio, él quiere alejarnos de ella a toda costa, él no quiere
compartirla con ninguno de nosotros, me decía Ignacio. Pero lo que Ignacio y él
no sabían, es que ella había sido mía y lo seguiría siendo mientras no se
enterasen de la verdad, mientras no sepan que tú y yo estuvimos juntos Simón…
ya sabes cómo son, ya sabes lo que pasaría y es por eso que debemos guardar el
secreto, me dijo, y yo le creí.
El tiempo pasaba y el secreto seguía
aquí dentro, en este pedazo de corazón que le pertenecía a ella, entre la
oscuridad que poco a poco se apoderaba de mi mente, debido a las mentiras que
como velo, ocultaron por meses mi gran verdad, la nuestra, la que ellos no
podían saber jamás.
Todo resultaba indescifrable para
ellos, Ignacio y Jeffri, hasta que uno de ellos dijo lo que no soporté, lo que
no quería admitir pero que ahí estaba: ella me había engañado… ¡Nos había
engañado a todos! “Amanda y yo tenemos algo, en verdad yo no quería…” alcanzó a
decir Ignacio, cuando fue interrumpido por Jeffri y luego ambos por mí. “Es
increíble como todo se va al carago”, pensé mientras Ignacio se largaba a
llorar, siempre tú eh, siempre tan nenita y pensar que nos cambió por ti, decía
Jeffri mientras yo me mordía los labios con tal de no desarmarme en garabatos,
con tal de no gritar, golpear o simplemente ponerme a llorar a mares como mi
“amigo” (¿Amigo… él, yo?... ¿Quién de los tres era peor amigo? ¿Qué sería
entonces de la lealtad y sobre todo… la confianza que nos teníamos para
decirnos todo?) Después de los insultos vino la calma y aunque en un principio
quisimos encararla, preferimos simplemente entrar en el juego y hacerla sentir
todos nuestros pesares.
V
Esa tarde llovió a la antigua, de
abajo para arriba (como decía mi abuelita), hasta granizo recuerdo que caía.
Con Ignacio y Jeffri, decidimos refugiarnos en la casa del árbol, pues la
lluvia nos encontró a dos calles de la casa de Amanda. Sí, habíamos ido por
ella, pero su padre no la dejó salir debido al mal tiempo.
Deberían irse a casa mocosos, no ven como está el cielo, además, no dejaré que
mi hija salga por ahí con un trío de púber, nos dijo antes de cerrarnos la
puerta en la cara. Jeffri sugirió la casa del árbol porque estaba más cerca,
mira que don Herminio ni se molesta porque venimos aquí, no ves que dice que le
recordamos su niñez, imagínate que el día en que nos facilitó la casa me tuvo
más de una hora contando las travesuras que hacía con sus amigos de la
infancia.
Ahora estamos con las patas tapadas con la frazada del Tobbi, toda llena de
pelo blanco y hediondo ha meado de perro, pero no importa porque es abrigadora
y además nos ayuda a amortiguar el frío. El Ignacio prende la radio y la pone
bajita para que don Herminio no despierte y nos eche a todos. Cuando no está la
Amanda es capaz de largarnos bajo la lluvia nomás, mira que el viejo es re caballero
y no haría que una muchachita tan jovencita y tan dulce, se mojase hasta los
huesos.
Mamá ni sabe que ando en la calle a estas horas, dice el Jeffri con el rostro
todo preocupado, no te asustes Jeffri, no seas tonto, mira que de seguro el
viejo llamó a nuestras casas y ya saben que estás a salvo en la casa del árbol
y lo más probable es que vengan por ti, como de seguro quieres que hagan.
-¡Miren!... shhh...- Dice el Ignacio y nosotros guardamos silencio mortal,
mientras él se aproxima a la ventanita de donde se ve la casa de la Amanda, se
acerca todo nervioso con mis binoculares y pone cara de sánguche en plato.
Déjame ver, le exijo y le quito el adminiculo y miro: es Amanda en su
habitación a media luz, es ella desnuda, tirada sobre la cama masturbándose con
los dedos. Su cuerpo albo se mueve como si su sangre hirviese y nosotros nos
peleamos y nos empujamos, todo por conseguir verla a ella, a nuestro ángel,
observarla para si quiera intentar imaginar la sensación que debe sentirse el
ser uno de sus dedos... aunque fuese el meñique.
Follón, todo se convirtió en pleito y
después de un rato, estando los tres cansados, recién pudimos notar lo torpes
que habíamos sido. Ella no quiere a ninguno de nosotros, ¿Por qué pelearnos por
ella entonces? Hicimos las paces y nos quedamos en silencio, pensando, sumidos
en la oscuridad. Nuestros rostros de vez en cuando eran iluminados por los
rayos y entre los reflejos eléctricos podía mirarlos, podía ver sus ojos de
demonios dormidos, calculando, pensando en el siguiente paso, en los posibles
errores. Jeffri pronto quebró el silencio y dijo:
-Hay que hacer algo...-
-¡No seas imbécil!- exclamó Ignacio interrumpiéndolo. No ves acaso que debimos
hacer algo hace mucho, continúa diciendo con un tono burlesco. La cuestión es
qué.
Jeffri bajó la mirada al suelo, sí, era obvio que no dirías nada inteligente,
le dije con ira. Él guardó silencio otra rato, para luego decir la idea más arriesgada,
atrevida y asertiva que he oído jamás: "¿Y qué tal si la engañamos entre
nosotros?... digo, podríamos fingir que somos maricas y hay que hacer de esas
cochinadas que hacen los maricas delante de ella, como si ella fuese la que nos
descubre, todo preparado, qué opinan"
Ignacio se largó a reír, luego reí yo
y no era para menos, cómo piensa éste que Amanda creería tamaña estupidez,
pero, tal vez si planificamos todo y hacemos que ciertas cosas coincidan, quizá
que…
VI
Con Jeffri e Ignacio teníamos ya todo
planeado, si hasta habíamos practicado un método para fingir que nos besábamos
entre nosotros; debo admitir que no resultaba de todo convencedor, pero de
lejos no se percibía el engaño y eso era lo que importaba, uno de nosotros (el
con mejor suerte), sería quién la guiara a "la verdad".
Era difícil decidir quién sería el que se salvase de besar al otro, pues aunque
fuese de mentira, quedaría como marica delante de ella. Al final decidimos
dejarlo a la suerte, el método fue simple, pero efectivo: tomamos una moneda y
nos instalamos en el puente colgante que une Ovejería bajo con Rahue Alto y ahí
lanzamos la moneda al aire. Si sale cara yo quedo exento y seré quien la guíe
al engaño, dijo Ignacio (él se hizo cargo ya que la moneda era suya), si sale
cruz, tú (señalando a Jeffri) serás el exento... (Guardamos silencio, algo
faltaba)
-Bueno y si se te cae al agua quedo exento yo- dije en vista de que no se les
ocurría una mejor manera. No podíamos esperar a que inventasen una moneda de
tres lados, debíamos hacer algo ya.
Ese día compartimos un cigarro
sentados en la parada del micro bus, mientras ajustábamos los últimos detalles
del plan. "... y entonces tú llegas con ella y sás que nos
"pillas" (dijo haciendo un gesto con las manos) y te haces el
desentendido y armas todo el show..." Y con eso estaba todo listo. Solo
era cosa de esperar (o crear) la instancia adecuada para que todo saliese al
pie de la letra.
Los días pasaban plácidos y tranquilos, mamá solía prestarme más atención y yo
solía evitar sus preguntas. Ella siempre ha sido muy intuitiva y me lanzaba
interrogantes tal si fueran flechas al blanco, sus suposiciones hacían que los
pelos se me erizaran y me daba hasta miedo el pensar que ella se enterase
de nuestro plan.
De pronto estando solo en mi habitación a repicado el teléfono fijo... ¡Simón,
baja que tengo a Ignacio al teléfono y ha dicho que es urgente!, grita mamá
desde el primer piso (planta baja), yo me sobresalto y bajo corriendo las
escaleras... ¿Será que es el día?... pues sí Simón, es el día... ve a casa de
Amanda... sí, ella está allí, ahora mismo la estoy viendo... has como si nada y
miren a mi casa con los binoculares... ¡No sé Simón, no puedo solucionarlo
todo!... inventa una excusa... no sé... dile que miren las estrellas. Me dice
Ignacio bastante nervioso y hasta eufórico.
Ya estoy afuera de la casa de Amanda, frente a la puerta, dudando de si
tocarla... con el miedo de que salga su padre y me eche a patadas... con el
miedo de no poder fingir y que ella nos descubra... "si sale mal, mi ángel
me odiará por el resto de su vida", pensé mientras mis nudillos golpeaban la
puerta. Ésta se abrió... era Amanda.
VII
Amanda parecía no creer lo que veía,
sus amores la habían traicionado, así mismo como ella se los había hecho
anteriormente. Trataba de fingir que solo le sorprendía, pero sus ojos me
mostraban frustración, ira, pena... Guardó silencio un largo rato, como si
hubiese sido víctima de un horrendo letargo y ya sin poder seguir fingiendo, todos
sus sentimientos se unieron y formaron la primera lágrima que rodó por su
mejilla... el resto fueron solo de despecho.
Apartó los binoculares de su rostro y los lanzó por la ventana que permanecía
abierta frente a nosotros, mientras Jeffri e Ignacio seguían besándose y
haciendo quizá cuanta cosa más. La preocupación por ella no me dio tiempo si
quiera de mirarlos. Traté de abrazarla, pero ella se negaba dándome empujones
hasta hacerme tropezar y caer al suelo. Al ponerme de pie, apareció en escena
su padre, me cogió de las ropas y como una cría de gato me llevó hasta la
puerta, a mi hija nadie la hace llorar, me ha dicho con una voz áspera y me a
lanzado al menos tres metros de distancia de la casa. Mi trasero amortiguó el
golpe...
Después de mi desorientación, trato de mirarla en su ventana, pero ella a
cerrado la cortina y de seguro nunca más volveré a verla... Me dirigí a casa de
Ignacio, asumiendo que Amanda nunca más besaría mis labios... asumiendo que
nunca más sentiría el roce de sus dedos de ángel en mi piel.
Al llegar a casa de Ignacio, encontré la puerta tan solo ajustada y sin
provocar el menor ruido salvo el que ocasionaba mi sollozo, ascendí por las
escaleras hasta la que era nuestra sala de operaciones.
Al ingresar a la habitación, he presenciado lo que a cualquier Simón y
cualquier Amanda le hubiesen hecho perder la cabeza. Jeffri e Ignacio yacían
sobre la cama... sin saber qué hacer, he cogido un zapato que se encontraba
próximo a mí y se lo he lanzado a Ignacio, éste último, movía sus caderas
introduciendo su sexo entre las nalgas de Jeffri, en una especie de posición
canina... abandoné la habitación, sin esperar una explicación o excusa y corrí
por las calles, cual desquiciado que logra huir de un centro de salud mental...
la verdad es que no sé cuán lejos llegué... tal vez pasaron minutos u horas...
la cuestión era que me encontraba solo en un paraje que no conocía.
Me he sentado sobre el césped húmedo de una plaza, ya es de noche y mi angustia
no me permite formular un nuevo paso ha seguir, mi vida se fue al mismo
infierno... ¿Por qué pasó todo esto?... ¿Quién cayó realmente en la trampa?...
¿Qué sucederá ahora con nuestra amistad?...
VIII
Me he sentido mal. Los recuerdos de aquél pasado en que fui
feliz, hoy martillan mi conciencia y temo que en gran parte, soy culpable de
todo lo que pasó: Los padres de Ignacio lo han echado a la calle, Jeffri
renunció a la escuela y Amanda ha desaparecido, para quizá, nunca más volver.
Los años pasaron tranquilos en el vecindario.
Mamá y papá se divorciaron, después de tantos años de "¿qué pasará con los
niños?", y el perro de don Herminio murió. La casa del árbol aún sigue
ahí: en el árbol. A veces don Herminio suele saludarme cuando paso frente a su
casa. Él siempre se sienta en una silla en el ante jardín y desde allí añora
los años idos, o quizá solo extraña a su perro.
A mis diecinueve años no poseo vicios, hobbies,
amigos... nada!, así que me paso de un lado a otro por el vecindario, tratando
de apurar al tiempo con mis pasos. Tratando quizá olvidar los hechos que me han
convertido en la "persona" que soy ahora. Pienso en el "cómo sería"
y también en el "si pudiese cambiar esto". Pero nada me devolverá a
mis amigos, ni tampoco al amor de mi vida, a mi ángel. Soy el
"sobreviviente hipócrita", la memoria del ayer que aún se mantiene
ahí, suspendida en el aire, en la casa del árbol, en los ojos de don Herminio,
en la mirada de mi madre que critica y que no me deja olvidar el pasado, que no
me deja intentar ser como ellos y largarme de una vez del pasado, para así
poder salirme de este lapso de tiempo y volver a comenzar. Quizá mi destino sea
cargar con ésta culpa, nuestra culpa... A veces quisiera que nada de esto hubiese
pasado, pero la vida siempre nos tiene algo diferente, a lo que hemos planeado.
...
Salía temprano a comprar el pan para el
desayuno. Siempre me encontraba con Ignacio en el camino, pero ni media palabra
salía de su boca. Con Jeffri era lo mismo (a él lo solía topar en el almacén).
La vida había dado un giro tan brusco y al parecer ellos atribuyeron todos los
efectos colaterales a mí. Aunque tenía asumido el papel de chivo expiatorio, la
culpa de "no-sé-qué", me carcomía día tras día. Pronto supe que
Ignacio y Jeffri habían alquilado un departamento, que don Herminio había
edificado en su patio, justo delante del árbol. Al principio me pareció tierno:
"quieren rememorar los buenos tiempos". Pero al cabo de un mes, el
árbol cayó y con él nuestros recuerdos y mis esperanzas por una nueva amistad
con ellos (ya no sería lo mismo, todos cambiamos... o al menos ellos). Creo que
después de todo, aceptaba a los chicos con su nueva condición... y cómo no
hacerlo, fueron mis más grandes amigos, además que es eso: una condición (no una
opción)
Todo seguía tan tranquilo como en la "belle
époque", pero pronto Amanda se comunicó con mamá y juntas organizaron una
reunión, "para recordar los tiempos buenos", me dijo mi madre.
"Algo huele mal", le he dicho a mamá y me he salido de casa para
seguir caminando de un lado a otro, como todos los días... deseando que mis
pasos acercaran cada vez más el día en que volvería a ver a mi ángel. Aunque no
todo era tan fácil como pensé, mamá me lo ha dicho: "debes avisarle a tus
amigos, para que asistan a casa ese día".
Los días siguieron al estilo "guerra fría", fui a
avisarle a los chicos y luego de abrir la puerta, me la han cerrado en la cara,
vete de aquí me han dicho y yo al momento de decirles que Amanda volvería y que
nos quería ver, ellos han abierto la puerta y me han saludado con el dedo de al
medio, para volver a cerrar la puerta. Por más que los vi solo unos segundos,
juraría haber visto un brillo especial en sus ojos, casi tan brillantes como
los míos.
IX
Al tiempo después, Jeffri e Ignacio ya se reunían conmigo a tomar
cervezas. Mamá se mantenía ignorante de dicha situación, solo hablaba del
retorno de la chica más dulce y fémina que jamás había sido superada por
ninguna que hubiese conocido. ¿Por qué no te casas con ella?, después de todo,
jamás te he conocido a una novia. Te haría bastante bien casarte con Amanda,
decía mamá con un tono entusiasta. Yo nunca entendía el por qué de sus
comentarios absurdos. Solo alcanzaba notarle una lágrima que se acumulaba, pero
que nunca caía.
Con los muchachos
solíamos caminar por el barrio, recordando el pasado. Las risas, la escondida
china, el caballito de bronce... Nuestro primer cigarrillo, y también nuestros
primeros besos (entre nosotros nos besábamos para practicar y no quedar en
vergüenza con Amanda). Las tardes eran melancólicas, y muchas veces nos perdimos
en el alba, buscando la buena suerte que nunca llegaba, que nunca llegaba... La
espera empezó a diluirse, a estas alturas, solo queríamos al último integrante
del grupo para estar completos. Habíamos puesto todas nuestras ilusiones en el
regreso de Amanda a nuestras vidas, y además, si los chicos están juntos, no
hay nadie que me impida conquistarla. "Nunca te he olvidado, cada noche
pienso en ti, sueño con tu aroma... mi piel clama por tu rostro... ¡Por tu
sexo!".
El día estaba ya
cerca, tan solo una semana para la vuelta del ángel. Ya éramos felices, la
llegada de Amanda sería como el "Bonus track", como la adhesión de la entrada de tu grupo favorito, como
haber tocado el cielo con la punta de los dedos... Mamá era la más entusiasta
con el asunto, no tenía nada en contra de los muchachos (o al menos eso
parecía), pero su actitud me decía a gritos, ¡Ojalá no seas maricón!...
Dos días antes de la llegada de Amanda, me encontraba con Jeffri a solas en mi
habitación; Ignacio andaba haciendo "no-sé-qué" y entonces
aprovechamos a tomarnos unos combinados de ron con Sprite... Mamá andaba donde
la tía Doris, así que la casa estaba a nuestra entera disposición. Un poco de
Pappo´s Blue nos ayudaría a relajarnos, "Desconfío" fue la canción
elegida por ambos. La conversación era la misma que teníamos cuando estábamos
los tres, no había por qué preocuparse. Pero a medida que pasaba el tiempo,
Jeffri comenzó a mirarme diferente, sus dedos jugaban con su pelo y cada vez lo
veía más sonriente. Pronto comenzó a acariciarme la cara. Yo traté de evitarle
la mano, pero, ¿Acaso no sería una forma de rechazo esto... será que se
arruinaría la amistad?
Tomé la mano de Jeffri y le
dije, yo amo a Amanda, bien lo sabes, ella fue y aún es el amor de mi vida,
¿Qué te ocurre?... le dije con tono sutil. Nunca tendrás al ángel, ella será
mía, me dijo Jeffri colerizado. Quizá ya se emborrachó (pensé), pero cómo es
posible, no llevamos si quiera una botella. Después de este suceso no nos
volvimos a ver, hasta el viernes. Según lo que mi madre había dicho, Amanda
llegaría por su cuenta a la casa a eso de las cuatro, pero ya eran las cinco y
ni señales de ella. En todo ese lapso de espera, Jeffri no paraba de mirarme
con unos ojos que parecían hervir en odio. Ignacio, distraído charlando con mi
madre ni lo notó. Mi mente maquinaba alguna posibilidad de deshacerme de
Jeffri: "Quizá si Ignacio creyese que éste se me insinuó... o tal vez si
le cuento a Amanda que él se acuesta con Ignacio..." Muchas ideas pasaban
por mi cabeza, pero tenía claro que estas mismas brillantes ideas me habían
dejado solo, y atrapado en el vacío más horrendo que me puedo imaginar... el
pasado.
....
Todos juntos en la sala de estar, Jeffri continúa con su mirada hastiándome y
entre la conversación Ignacio deja de hablar y se pone de pie y se aproxima a
mí... (Timbre) Todos nos quedamos quietos, mamá va a abrir la puerta e Ignacio
le sigue detrás. Ella será mía, dice Jeffri estando solos. Amanda ingresa a la
sala, Ignacio y mi madre sonríen, Jeffri se le acerca y yo detrás, trato de
verle el rostro y al mismo tiempo, de que en mis ojos encuentre el reflejo de
los suyos.
Esa tarde fue confusa, aún no logro aceptar toda esta situación. Jeffri dejó
escapar una lágrima, la cual justificó con el júbilo que dijo sentir con el
reencuentro. Yo solo quedé atónito y mudo al escuchar como mi ángel decía:
"Esta es mi novia Joanna".